- “Aquel que no llega a entender sus derrotas no aprenderá nada para el futuro”
- (Aksel Sandemose)
lunes, 31 de marzo de 2008
El cambio "lampepedusiano".
El palermitano Guiusepe Tomasi di Lampedusa, hijo del Príncipe Giulio Maria Tomasi di Lampedusa, y de la Princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cutò, en su única obra “El gatopardo” refiere la vida de Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina, transcurrida en el corazón de Sicilia durante los últimos años del siglo XIX y la primera década del XX. La aristocracia estaba perdiendo para siempre la supremacía que tuvo. El tiempo es irreversible. Las épocas pasan y nosotros con ellas. Mas, a Don Fabricio, la melancolía y “el recuerdo de haber sido y el dolor de ya no ser”, no le impedía, sin embargo, intentar retener lo que tuvo en sus manos; que fue casi todo. La receta inteligente para ello, no era la resistencia numantina, el todo o nada, sino la actitud astuta que significa la frase que se ha hecho archifamosa, que puso en bocado de su personaje. En una época en que el cambio es inexorable «es necesario que todo cambie, para que todo siga igual». (Para esculpirla en lápidas). Por eso decide favorecer a los revolucionarios, quienes querían arrebatárselo todo. La aristocracia, la vieja clase en el poder debía cambiar de imagen para poder seguir con el poder. Por eso olvidando ancestrales costumbres, se emparentó por matrimonio con la burguesía. Así pudo ver como terminaba su mundo pero no su poder. Porque quienes lo detentarían seguirían siendo, en gran medida, los mismos de siempre.
Esa es una imagen y una solución recurrente que se da, cuando las cosas no funcionan y la mayoría piensa que hay que recurrir al cambio.
Cuando la reclamación de cambio es clamorosa como lo es ahora en el PP balear, (basta salir a la calle y escuchar), los aristócratas de la situación adoptan y aplican hasta donde pueden, como reacción casi “natural” el dictamen de “el gatopardo”. La receta podrá llamarse aquí “lampepedusiana” por el príncipe siciliano y el PP balear.
Todo el mundo piensa, y quienes han tenido cargos de primera fila en el PP balear estos últimos veinte años también, que debe producirse un cambio importante. En virtud del cual una serie de personajes han de ser sustituidos. Pero en la larga lista de caducados que cada uno confecciona nunca está el propio nombre... Porque todos piensan que al cambio deben protagonizarlo los demás. Todos lo que están tienen razones para pensar que ellos están fuera de esta necesidad; al contrario, que deben seguir para dar continuidad institucional…. Y blá, blá, blá. Nadie está dispuesto a hacerse el haraquiri. Eso solo ocurrió en las últimas cortes franquistas. Pero todo lo que huele a franquismo, hoy, no es políticamente correcto. No es digno de imitación... No caben, pues, lo haraquiris…
Las reflexiones y justificaciones que transcienden son de lo más curiosas. (Patéticamente curiosas algunas). En vista de las cuales, es de suponer, que los mismos de siempre, aunque puedan incorporar alguien nuevo para que la foto quede más lucida, y ellos mismos puedan cambiar la imagen, con estreno de bigote o barba o afeitándose si el cambio lo requiriera, serán los que se renueven a si mismos en una genuina cooptación ratificada a la "búlgara "en el Congreso "ad hoc".
De ese modo se producirá, sin duda, un cambio lampedusiano, o, mejor dicho en nuestro caso, “lampepedusiano”, que no es sino la versión propia o interna de esa suerte de cambio, que en realidad no lo es; para que todo quede igual. Aunque no es verdad que eso vaya a ser así. Porque no es verdad que todo vaya a quedar igual. Es solo desde el punto de vista de los que detentaban y siguen detentando el poder. El partido quedará bastante peor… Los únicos que quedarán igual que estaban (o prácticamente igual) serán los de siempre, los barones, los que hablan de responsabilidad pero que a la suya la expían los demás; los que se quedan fuera, porque siempre se pierde por la cola, nunca por la cabeza. Los privilegiados, los que vienen usufructuando el partido desde hace veinte años se dispondrán a usufructuarlo, de momento, otros veinte más… Aunque no lo van a poder hacer todos, pues cada vez, con esas actitudes, el partido tendrá menos representación, irá minimizándose progresivamente. Porque cuando las cosas van mal, la inercia propicia no solo que se siga mal sino que se termine peor.
Puede ocurrir, si se sigue por el camino emprendido; si no se hace un cambio de verdad; si no se olvida el gatopardo, que el PP en Baleares pronto llegue a ser como es en Cataluña; una mínima expresión, con lo que ello implicaría, incluso a nivel nacional.
viernes, 28 de marzo de 2008
Paracelso y el nacionalismo
El célebre alquimista Paracelso, en el Siglo XVI, fue quien dijo que “nada es veneno y todo es veneno, la diferencia está en la dosis”.
Pues bien, observando el mundo de las ideas políticas, podemos concluir que este importante principio de la toxicología también le puede ser aplicable en algunos casos. Podemos comprobar como determinadas ideas funcionan como sustancias susceptibles de convertirse en veneno; ya que el aumento en la dosis las altera de tal modo que puede llega a transformarlas completamente; puede llegar a convertirlas realmente en otra cosa... De una moderación inicial puede pasarse a un radicalismo extremo. La dosis puede llegar a modificarlas sustancialmente, hasta la perversión; pudiendo pasar progresivamente de lo saludable a lo venenoso, por aplicación de ese sencillo y diabólico método de aumento de dosis. La dosis es, pues, la diferencia que incide directamente en la calidad. Si se tiende siempre a más y más, ese aumento cuantitativo de dosis acarrea una modificación cualitativa, llegando a pasarse de lo saludable a lo venenoso.
Con el nacionalismo, pienso, se cumple esa regla. La perversión nacionalista es cuestión de dosis. Lo digo para quienes dicen que todos somos nacionalistas, sin apreciar las diferencias cualitativas de uno y otro nacionalismo y para los que dicen profesar el nacionalismo moderado, pero que cada día, como exige el guión, piden un poco más que ayer y menos de lo que pedirán mañana.
Un cierto nacionalismo (aunque la precisión conceptual exigiría no llamarlo de ese modo), en pequeña dosis es saludable. Es cohesionador y favorece la solidaridad. La “virtú” a que se refería Maquiavelo. Suele ser obvio en la gente que ha nacido y vive bajo un mismo derecho, con unos mismos hábitos y una misma cultura. Se evidencia en situaciones alegres como la consecución de una medalla olímpica, o una victoria en el fútbol frente a un equipo extranjero, o simplemente de fuera…También es inevitable percibirlo en las desgracias. Cuando en un hecho luctuoso no hay víctimas del grupo al que pertenecemos, experimentamos cierto alivio. ¡Menos mal! Se piensa, mientras se expira el aire contenido… Esta pequeña dosis de nacionalismo no lleva, por supuesto, a la idea de toxicidad; al contrario, es saludable, genera buenos sentimientos sociales. Por eso no debiéramos llamarlo del mismo modo que cuando la dosis es elevada, cuando lo ha transformado en otra cosa, en otro catálogo de sensaciones, emociones y valores; cuando lo ha convertido sencillamente en un producto tóxico socialmente, que coloca la nación y los derechos de los nacionales por delante de los derechos humanos universales. Cuando rompe con los valores de nuestra cultura. No puede soslayarse que la realidad cotidiana e histórica, vincula el nacionalismo a la confrontación progresiva de grupos configurados a partir de “naturalezas” que se deciden, o inventan si es preciso, distintas y superiores, enfrentadas a otras que habrá que reconducir a su modelo. A las buenas, si se dejan; pero si es necesario a las menos buenas o las malas. Pues el fin les justifica los medios.
El nacionalismo propiamente dicho no empieza (el concepto no es adecuado todavía) con la dosis homeopáticas de identitarismo o de, generalizada simpatía por lo propio, (que por débil impide ser distintivo). El nacionalismo propiamente dicho, con distintivo fuerte, empieza cuando la dosis evidencia los primeros síntomas de adicción. Cuando después de una reivindicación (como si de una copa se tratara) viene necesariamente otra no formulada hasta entonces; incluso antaño desmentida; y después otra y otra, en una escalada sin fin. Cuando siempre se está en la penúltima reivindicación… Empieza, en fin, cuando los poseedores de cierto elemento referencial (nacionalizador) el Rh, una lengua, o la profesión de ciertas creencias, se convierten en los ciudadanos de oro, los puros, (o limpios de sangre) y, por esa circunstancia, tienen mejor derecho que los “otros”, los ciudadanos de bronce o madera, “charnegos”, “maquetos, “forasteros”, o lo que les llamen… A quienes, según el momento, la dosis, se les nombrará simplemente así, o se les presionará, más o menos, para que cambien su “naturaleza”, se normalicen en lo que precisen según el modelo nacional o para que se vayan… Incluso al otro mundo, con un tiro en la nuca, en situaciones extremas; pero no desconocidas en España. En Alemania, en otro momento, es sabido que se empezó pensando en la superioridad de la raza aria y en ese proceso progresivo, se llegó, nada menos que, al intento de exterminio de la raza contraria (declarada perversa), la judía, al holocausto.
No cabe duda, pues, que en ese proceso puede empezarse; de hecho se empieza moderadamente; pero se termina más pronto o más tarde no pudiendo controlar la dosis; llevándose a cabo una constante demanda de mayor dosis, que llega a constituir; esa actitud demandante; su naturaleza política. Para constatarlo basta observar la evolución que han tenido entre nosotros las demandas de los partidos nacionalistas tenidos por moderados. Ver donde estaban reivindicativamente hablando, y donde están hoy (lo moderados que eran entonces y lo radicales que son hoy); recordar lo que decían, hace 30,20, 10 años (ya tenemos esta perspectiva temporal) y que dicen hoy; cuál es su programa a medio plazo; como han aumentado la dosis de sí mismos, como se han transformado. Podremos comprobar como ya no son lo mismo que eran antes, como tienen ya otra naturaleza, como les ha cambiado la dosis alcanzada. Pudiendo especularse con la experiencia alcanzada, mirando al horizonte del problema y con un mínimo de lógica, a donde, con más o menos tiempo, pueden llevarnos, si nos dejamos. Mejor dicho, si nos seguimos dejando, en muchos casos inconscientemente.