El palermitano Guiusepe Tomasi di Lampedusa, hijo del Príncipe Giulio Maria Tomasi di Lampedusa, y de la Princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cutò, en su única obra “El gatopardo” refiere la vida de Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina, transcurrida en el corazón de Sicilia durante los últimos años del siglo XIX y la primera década del XX. La aristocracia estaba perdiendo para siempre la supremacía que tuvo. El tiempo es irreversible. Las épocas pasan y nosotros con ellas. Mas, a Don Fabricio, la melancolía y “el recuerdo de haber sido y el dolor de ya no ser”, no le impedía, sin embargo, intentar retener lo que tuvo en sus manos; que fue casi todo. La receta inteligente para ello, no era la resistencia numantina, el todo o nada, sino la actitud astuta que significa la frase que se ha hecho archifamosa, que puso en bocado de su personaje. En una época en que el cambio es inexorable «es necesario que todo cambie, para que todo siga igual». (Para esculpirla en lápidas). Por eso decide favorecer a los revolucionarios, quienes querían arrebatárselo todo. La aristocracia, la vieja clase en el poder debía cambiar de imagen para poder seguir con el poder. Por eso olvidando ancestrales costumbres, se emparentó por matrimonio con la burguesía. Así pudo ver como terminaba su mundo pero no su poder. Porque quienes lo detentarían seguirían siendo, en gran medida, los mismos de siempre.
Esa es una imagen y una solución recurrente que se da, cuando las cosas no funcionan y la mayoría piensa que hay que recurrir al cambio.
Cuando la reclamación de cambio es clamorosa como lo es ahora en el PP balear, (basta salir a la calle y escuchar), los aristócratas de la situación adoptan y aplican hasta donde pueden, como reacción casi “natural” el dictamen de “el gatopardo”. La receta podrá llamarse aquí “lampepedusiana” por el príncipe siciliano y el PP balear.
Todo el mundo piensa, y quienes han tenido cargos de primera fila en el PP balear estos últimos veinte años también, que debe producirse un cambio importante. En virtud del cual una serie de personajes han de ser sustituidos. Pero en la larga lista de caducados que cada uno confecciona nunca está el propio nombre... Porque todos piensan que al cambio deben protagonizarlo los demás. Todos lo que están tienen razones para pensar que ellos están fuera de esta necesidad; al contrario, que deben seguir para dar continuidad institucional…. Y blá, blá, blá. Nadie está dispuesto a hacerse el haraquiri. Eso solo ocurrió en las últimas cortes franquistas. Pero todo lo que huele a franquismo, hoy, no es políticamente correcto. No es digno de imitación... No caben, pues, lo haraquiris…
Las reflexiones y justificaciones que transcienden son de lo más curiosas. (Patéticamente curiosas algunas). En vista de las cuales, es de suponer, que los mismos de siempre, aunque puedan incorporar alguien nuevo para que la foto quede más lucida, y ellos mismos puedan cambiar la imagen, con estreno de bigote o barba o afeitándose si el cambio lo requiriera, serán los que se renueven a si mismos en una genuina cooptación ratificada a la "búlgara "en el Congreso "ad hoc".
De ese modo se producirá, sin duda, un cambio lampedusiano, o, mejor dicho en nuestro caso, “lampepedusiano”, que no es sino la versión propia o interna de esa suerte de cambio, que en realidad no lo es; para que todo quede igual. Aunque no es verdad que eso vaya a ser así. Porque no es verdad que todo vaya a quedar igual. Es solo desde el punto de vista de los que detentaban y siguen detentando el poder. El partido quedará bastante peor… Los únicos que quedarán igual que estaban (o prácticamente igual) serán los de siempre, los barones, los que hablan de responsabilidad pero que a la suya la expían los demás; los que se quedan fuera, porque siempre se pierde por la cola, nunca por la cabeza. Los privilegiados, los que vienen usufructuando el partido desde hace veinte años se dispondrán a usufructuarlo, de momento, otros veinte más… Aunque no lo van a poder hacer todos, pues cada vez, con esas actitudes, el partido tendrá menos representación, irá minimizándose progresivamente. Porque cuando las cosas van mal, la inercia propicia no solo que se siga mal sino que se termine peor.
Puede ocurrir, si se sigue por el camino emprendido; si no se hace un cambio de verdad; si no se olvida el gatopardo, que el PP en Baleares pronto llegue a ser como es en Cataluña; una mínima expresión, con lo que ello implicaría, incluso a nivel nacional.
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