Una sediciente cuestión científica.
Un argumento pretendidamente fuerte de los usados para zanjar la cuestión de si nuestra lengua debe llamarse catalán, balear, (mallorquín, menorquín, ibicenco, formenterés,… U otras hierbas) es el de la cientificidad de la cuestión. “Es una cuestión científica”, algunos afirman con solemnidad, pretendiendo con ello zanjar toda conversación que se vea, o simplemente se intuya, puede llegar al anatema, a la heterodoxia. Porque, solo pueden decir-dicen- cosas como esas los ignorantes, que equivalen a los pecadores… Y, quien se atreva a discrepar o siquiera a plantear la mínima cuestión que llevara (o siquiera pudiera llevar) consigo la posibilidad de discutirlo, a dar siquiera la posibilidad de que se produjera una conclusión heterodoxa, será irremisiblemente lanzado al fuego del infierno. Donde deberá permanecer por los siglos de los siglos. Eso es, mientras quede sobre la faz de la tierra un vengador del imperio cuatribarrado, capaz de hacérselas pasar canutas a todo díscolo … Porque la sentencia ya se sabe, ya hace tiempo está dictada. No cabe ya ni oposición ni contestación y no digamos reconvención. Quien diga según que cosas en oposición a la “ciencia” oficial será ninguneado, insultado y escarnecido (se le llamará “facha”, “radical” “de extrema derecha” “reaccionario” “gonella” “fascista” “franquista”o cualquier otro palabro ofensivo… ) por los agentes semi-secretos de la secta ortodoxa, de los cuatribarrados; en ocasiones estelados a la cubana; pero en oro y gualda. .
Pues bien, lo que hay que negar categóricamente es el argumento principal; la premisa mayor, de tal modo que aparezca el sofisma desnudo. Es sencillo: No estamos ante un asunto científico. No. Ahí está la trampa. ¿Cómo se puede demostr empíricamente-que es la forma científica de demostrar- que la lengua hablada en las Baleares debe llamarse catalán en vez de otra cosa? Con solo formular la cuestión ya se evidencia el disparate. Los “teolinguístas” son grandes tramposos de la argumentación, o sea sofistas; aunque no necesariamente sabios como eran los clásicos sofistas. Lo científico ha de poderse demostrar experimentalmente, discutir y falsear. Es más, todo lo científico llega a superarse. Lo científico no se demuestra con la mera palabra (ni siquiera de honor) de los “científicos”. Además la actitud de no permitir hablar de una cuestión, que por más INRI llaman científica, porque está superada es exactamente lo contrario a lo que ocurriría si se tratara de una verdadera cuestión científica. La ciencia está en permanente revisión. No está enquistada como el cerebro de algunos de esos prohombres que quieren usar del prestigio de la ciencia para, colarnos sus preferencias o pasiones, construidas en su mente y quieren presentarnos como si fueran materiales salidos de la naturaleza, susceptibles de ser analizados en un labortorio, o formulas teóricas que pudieran verse realizadas prácticamente.
Esos supuestos científicos de esas materias no científicas son más bien unos fanáticos que hacen uso del método escolástico, consistente en aprenderse el manual del buen creyente o a lo sumo cultivarse en lo preciso para apabullar, envolver o aprisionar dialécticamente al interlocutor, para convencerle de una supuesta verdad que ellos establecen, que les ha sido revelada como privilegiados de la divinidad. O, más sencillo, se han inventado. ¡Qué más da! Porque lo cierto, de lo que no hay duda, es que esos personajes no buscan la verdad como el científico, la tienen establecida de antemano y lo que hacen es, simplemente, tratar de vender su producto. Del que suelen vivir o, por lo menos, sacarse un buen sobresueldo.
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