Exigir responsabilidades en serio
Han pasado las elecciones municipales y autonómicas, se han constituido los ayuntamientos y pronto tendremos nuevo gobierno autónomo. Si escribiera en mallorquín podría apostillar: “Ja tenim La Seu plena d’ous” Lo que representa haber realizado una obra ingente en un aspecto, pero desde otro punto de vista, una realización en otros aspectos inútil.
Haber celebrado unas elecciones significa, teóricamente, haber pasado cuentas. Pero hemos de convenir que es un pase de cuentas estúpido el que pasamos. Parece que no sabemos para qué las pasamos… Pasar cuentas en la vida privada es un antecedente al deber de pagar o el derecho de cobras lo que de la contabilidad resulte. No pasemos cuentas por el gusto de pasarlas, porque sí, o para, simplemente, satisfacer la curiosidad contable; como parece se pasan en el ámbito político, en demasiadas ocasiones.
Se rinden cuentas y el asunto se extingue con ello. Se puede dejar el objeto administrado completamente arruinado y quedarse uno tan fresco (bueno, con el calorcillo confortable del sueldo que a pesar de lo provocado se es capaz de conservar) a la espera de que la ciudadanía olvide y hasta una nueva ocasión… Sin asumir responsabilidad alguna. Sin dimitir. Sin marcharse a su casa, a sus cosas (que para las de todos ha quedado patente que a algunos no se les quiere) y pasar al ostracismo. Institución de la democracia griega clásica que se usaba para apartar temporal o definitivamente a algunos políticos. Después de elegidos los nuevos arcontes, en ocasiones se celebraban ostracoforías, que no eran sino asambleas especiales que decidían por mayoría de dos tercios el destierro, más adelante fue la atimia (privación de derechos de ciudadano) de algunos personajes públicos, que habían sido especialmente malos o habían usado el poder de un modo insatisfactorio, a juicio de los ciudadanos a quienes representaban.
Después de elegidos los nuevos arcontes, en ocasiones se celebraban ostracoforías, asambleas especiales que decidían el destierro, o la atimia (privación de derechos de ciudadano) de algunos personajes especialmente malos.
Institución, esta del ostracismo, que debiera implantarse en algún sentido en nuestra democracia. Pues resulta un sarcasmo grotesco, que agrede a la lógica, la ética y el sentido común, que los estrepitosamente fracasados en la administración de lo público, no solo por perder las elecciones, sino por el plus de haber gobernado pésimamente sigan disfrutando de un estatus privilegiado. Por mor de la ley electoral, las listas cerradas y su fuerza en el partido siempre van colocados en lugares de salida y, con ello, siempre están chupando del bote y usufructuando poltronas (con sueldos importantes, por supuesto) que el sistema electoral proporcional atenuado les facilita. Perpetuándose tras los fracasos. Pues los que sufren las consecuencias electorales, los que de una lista no son elegidos, son quienes van más rezagados en ellas (los que tienen menos enchufe ante quien las confecciona). Aún perdiendo estrepitosamente, los primeros de la lista electoral, hasta un número más o menos elevado, según la fuerza del partido, son elegidos. Los jerifaltes siempre están entre estos números. Es a partir de cierto número donde se materializa el castigo de ser excluidos. El sistema, como se ve, es perverso, injusto, pues castiga inversamente proporcional a la responsabilidad de cada uno. Los privilegiados, los que por lo indicado están siempre, en el lugar adecuado van consolidando privilegios para siempre. De nuestra democracia ha surgido una nueva casta aristocrática, privilegiada, (que profesa la política) razón por la cual necesitamos articular imperiosamente la figura del ostracismo, para evitar se perpetúen como se están perpetuando. No solo en los cargos electivos por el sistema indicado sino también teniendo la posibilidad de otros cargos de libre designación, elegidos por los elegidos (en elección de segundo grado) que son auténticas gabelas y son menos visibles.
Debiéramos habilitar la fórmula más adecuada para poder condenar al ostracismo a determinados personajes que nos han resultado nocivos. El ostracismo se produciría automáticamente, no haría falta el plus de la ostracoforía, con las listas abiertas. Pues se hubieran tachado a los indeseados, como se escribía su nombre en la ostraca o concha de donde deriva el nombre de la institución. Incluso con listas cerradas, podría darse el ostracismo, si se cambiaba el método de selección de los cargos y los elegidos a través de listas perdedoras no pudieran ser los directos responsables de los resultados, los que ostentaron representación en la legislatura anterior, sino los siguientes de la lista, que nunca antes hubieran sido elegidos. O alguna fórmula semejante. Si realmente se quiere hay que agudizar el ingenio para hacer posible lo necesario, aunque por afectar directamente a la clase política, a quienes hemos entregado nuestra representación, la cuestión no es sencilla, si es que acaso es posible. Por las buenas… Se entiende.
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