Los efebos de mayo, treinta años después
Por aquí, entonces, no era fácil enterarse, verdaderamente, de lo que ocurría por el mundo; ni era posible interpretar correctamente los acontecimientos que vivíamos. ETA, por ejemplo, empezó a matar (el 7 de junio de aquel año), y casi nadie pensaba que siguiera haciéndolo después de recuperar la democracia. Nos pasó casi todo inadvertido. El izquierdismo divino era tan reduccionista como el franquismo, aunque al revés y aunque aquí tuviera menos alcance social. Unos y otros ocultaban y sesgaban.
En mayo del 68 no tuvo lugar ninguna revolución (en el sentido clásico del término), porque nada cambió profundamente; solo se remozó, se maquilló, se dejó crecer el pelo. Se expuso con algarabía lo que incorporaban a la conciencia burguesa los hijos de la familia. Fueron los efebos de mayo. Se puso de manifiesto que las cosas pueden cambiar aparentemente (es una de las formas de cambiar) por la fuerza del lenguaje. Los hijos de papá, universitarios y lectores de Mao Tse Tung, cantando la Internacional ejercían la solidaridad de que eran capaces.
Después de gritar consignas maoístas y cantar los himnos revolucionarios, podrían, como pudieron, llegar más tranquilos de conciencia a las cátedras, a los consejos de administración y a los escaños de la política donde ahora se encuentran confortablemente instalados. Las cosas nunca más serían iguales (lo ha repetido ahora, Dany Cohn-Bendit, eurodiputado por los Verdes). Las cosas nunca son iguales. No es lo mismo disfrutar de un "statu quo" sin haberlo criticarlo nunca que habiéndolo hecho. Ahí está la diferencia. Aunque sea cínica, es diferencia. No la hay, sin embargo, en lo que han hecho últimamente algunos políticos y los recaudadores de los fondos de aquella revolución, que se quedaron con el 75 por ciento de los donativos que se recaudaron para la causa, procedentes de todas las partes del mundo.
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