Reírse de uno mismo
Una de las cosas más divertida posibles es reírse de uno mismo. Poner en clave de humor la seriedad ensayada años enteros, la seriedad de cada momento, de cada día, que no es sino la representación eterna de la obra de la vida ordenada, de la vida regulada para el éxito profesional y social. La vida que toca vivir. Del aprendizaje aprovechado… Es divertido, ciertamente, reírse de lo que vivimos y, tal vez, de lo que morimos cada día y cómo hacemos ambas cosas… Porque, si nos fijamos, terminamos, si es que acaso ya no empezamos, llenos de lo que nos ha ocupado la vida; la existencia aprovechada, en sociedad e íntimamente; de todos modos. Aunque siempre a solas. A veces incluso, a solas de forma patética; o sea, acompañados de multitudes amorfas, incapaces de entender la compañía, incapaces de entender que estar con uno debe ser, si se quiere que sea algo, sentirle… Reír, definitivamente, tal vez sufrir amargamente cuando uno se encuentre en el caso de tener que reírse, porque está en el guión, pero que el dolor es, sin embargo, verdadero. La enfermedad que acecha y corroe todo lo que tenemos para poder ser abatidos o corroídos, la corporeidad consistente, que está expuesta a la intemperie de los cuadros impresionistas o abstractos. Porque cuando la mala suerte, el destino negro, nos condiciona el hacer y el deshacer cotidianos, mejor es desaparecer, no querer probar la bazofia a la que llaman comida en esas circunstancias ni beber del líquido (que con olor, color y sabor) sin embargo insisten en llamar agua. Lo que aprehendemos y de lo que nos libramos, aunque sea solo aparentemente. Lo que a veces constituye el espectáculo para violar la intimidad, en relativo silencio, y en o con las circunstancias a las que se refería Ortega para explicar el ser de uno mismo, que no es sino la vida misma que uno vive …El ser yo, o tu o él, y las circunstancias en que nos producimos como somos, y donde, sencillamente, somos porque estamos, sin necesidad de reafirmaciones psicológicas que están aparcadas en los angares de los aeroplanos de cada uno de nuestros viajes exóticos. Reírse de uno mismo, de la madre que le parió a uno, del padre que le engendró, y (quienes creen en ello) del Espíritu santo que le sobrevoló la mente para iluminarle o destrozarle en una mazmorra sin luz, es la forma más desvergonzada y por consiguiente mejor, de reírse de todo eso y mucho más…
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