lunes, 2 de noviembre de 2009


¡Perdone usted!



Maria Dolores de Cospedal , la Secretaria general del PP, no ha mucho que ha pedido perdón a la militancia por el comportamiento de Costa... Antes lo hicieron otros; siempre por comportamientos ajenos. Es curioso que siempre se pida perdón por el comportamiento de otros (otros que han actuado mal, frente a los unos que actúan bien, incluso haciendo lo que los otros no hicieron…) En realidad, eso no es pedir perdón. No sé sabe muy bien lo que es, (que clase de farsa) pero se sabe perfectamente lo que no es.

Pedir perdón; siempre por parte de quien, en su caso debe pedirlo; es, a veces, una actitud necesaria para evitar una condena por un delito privado, de los que se extinguen si el ofendido lo concede al delincuente. Pero ¡Cuidado con pedir perdón a mucha gente por conductas que les haya afectado! Pedir perdón en este caso no es lo que procede si no es después de haber dimitido o desaparecido del ámbito en el que se cometieron los pecados por los que se pretende la remisión.

Perdón que deberá ser correlativo a una penitencia efectiva y un resarcimiento a los perjudicados. No puede pretenderse que el perdón salga gratis, como parece se pretende. Ni que el perdón devuelva la confianza perdida. Porque una cosa es el perdón que se pide por el pisotón o empujón (hechos veniales) que se da por descuido y que se salda con un “no hay de que”; y otra, la pretensión de recuperar la confianza perdida por asuntos graves, con una simple fórmula de cortesía.

Además no se pierda de vista que en este trance puede ocurrir algo tan sencillo y tan corriente como que no se conceda el perdón solicitado Por ejemplo, yo no les perdono ¿Y usted, estimado lector, les perdona?

Sobre el perdón hay una historia curiosa que se puede leer en “Brooklyn Follies”, de Paul Auster, que puede funcionar aquí como parábola. Protagonizada nada menos que por Ludwig Wittguenstein; quien después de escribir su “Tractatus”, estando convencido de que después de esa obra ya nada más podría escribir, se buscó colocación como maestro de escuela en un pequeño pueblo de las montañas de Austria. Donde la experiencia fue desastrosa…. No tenia dotes para enseñar a niños. Siempre estaba malhumorado, y no solo era severo sino que llegó a la violencia física. A los alumnos, no solo les regañaba, sino que cuando no sabían la lección les pegaba. Pero no un cachete, sino fuertes bofetadas y puñetazos en la cara y la cabeza. Palizas impulsadas por la cólera, que acabaron produciendo graves traumas en un buen número de chicos. A pesar de que en pedagogía no corrían tiempos como los actuales, el asunto llegó a ser tan grave que Wittguenstein tuvo que renunciar a su plaza. Hoy, además, no nos cabe duda, le hubieran metido en la cárcel.

Pasados unos veinte años, siendo un respetado y famoso profesor de filosofía en Cambridge, para superar una crisis emocional pensó que el modo de recobrar la salud pasaba por regresar al pasado y pedir disculpas (pedir perdón) a cada persona a la que hubiera ofendido o dañado. Quería purgar la culpa que le corroía, limpiar su conciencia y empezar de nuevo. Para ello regresó al pueblo austriaco y visitó uno a uno a todos sus alumnos y alumnas, que ya eran personas adultas, de de una treintena larga de años. Les pidió humildemente perdón, incluso se hincó de rodillas ante ellos implorándoselo. Cabría pensar que ante tales pruebas de arrepentimiento y humillación, aún los más duros, acabarían transigiendo, otorgando finalmente el perdón al doliente peregrino. Pues la realidad fue muy otra; ni uno solo de aquellos antiguos alumnos del filósofo estuvo dispuesto a perdonarle. El dolor que había causado era demasiado profundo y el odio que se le tenía impedía toda posibilidad de absolución.

Aviso para navegantes…


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